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Archivo del Autor: panzadebuda

The Back Up Plan

Esa mañana Marcelo se levantó desganado, como si unas orugas se hubieran jugado al póker los retazos sanos de su tripa. Sentía adentro como una profunda insistencia a querer cambiar, pero no le hacía caso. Como siempre, se enfundó su impecable traje y después de beberse el café, se dirigió a su trabajo. Se encontró a Jorge embutido en su traje de oxígeno, con unas ojeras algo descomunales, aunque no le extrañó. Eran las dos y media de la mañana, pero para Jorge era temprano. Había salido de día, le gustaba mucho pegarse sus marchas de vez en cuando, y andaba siempre metido en todo. Cuando Marcelo se puso el impoluto traje blanco de oxígeno y conectó su escafandra, se sintió realmente vacío, obnubilado sin remedio. Recordó entonces el placer de poder andar por ahí afuera, con la oscuridad acechándole, y viendo que cualquier movimiento en la periferia pudiera ser el último que hiciera en su vida.
Les abrieron la compuerta antes de lo habitual, esta vez era una operación más larga. Había que retirar las dos lonas antes de que la tierra comenzara a moverse, y antes de que el enorme monstruo, en uno de sus movimientos, aplastara y despachurrara cualquier forma de vida que intentara llevar a cabo la operación con éxito.
Siempre le fascinó las ondulaciones que tenía el techo, era como una especie de onda deformes que no tenían simetría (aunque tampoco podía saberlo bien ya que estaba oscuro).
Salieron de la apretada rendija llevando consigo el cable del oxígeno. Escalaron una parte de la mullida elevación del terreno y llegaron a la explanada donde dormitaba el monstruo. Justo a punto de tocar la cúpula, las dos masas envueltas en lona blanca. Había que desabrocharlas desde un poco más adelante, desde el inicio del monstruo.
La operación había estado llevándose a cabo de tiempo atrás, y de las 576 noches, habían salido bien 142, pero invictas sólo cuatro. Y en ninguna habían conseguido el objeto de estudio. Se estaba realmente ralentizando la investigación, así que decidieron intentarlo de forma más drástica para poder avanzar.
Se aproximaron a las lonas. Las palparon, vieron que estaban mullidas y llenas de polvo. Incluso una tenía un agujero a lo alto.
Comenzaron a caminar sibilinamente por la superficie, con cuidado de ese vaivén que sacudía el techo paulatinamente.
Uno de ellos colocó los arneses para encaramarse en lo alto, y parecía que casi lo habían logrado. A los treinta minutos, entre cinco habían deslizado la lona un par de montículos. Estaba saliendo bien. No había sacudidas de tierra, ninguno de los participantes de la operación estaba atemorizado. A las dos horas, tan solo la punta de la lona estaba agazapada en lo alto, el resto estaba dispuesto por el piso para arrastrarlo.
Pero entonces sucedió.
Empezó a rugir como cuando azota el viento con furia y miedo , todo el aire se tensó como la cuerda de un arco. Enseguida vieron que las dos masas se movían unilateralmente. Todos los que estaban colgados terminando de quitar el tortaje quedaron lanzados hacia el mullido y frío suelo, y enseguida ocurrió algo como una estampida. Marcelo y Jorge agarraron la lona y con otro más salieron corriendo, exaltando todo el vaho de su excitación por el casco. Sin demasiada demora, la superficie carnosa que estaba sin lona atizó a Jorge, dejándolo inconsciente.
«Mierda, plan B» dijo Marcelo. Paró para colocar a su amigo encima de la lona para poder arrastrarlo con todo. Mientras el tercero, el único que quedaba vivo del resto del equipo, les ayudaba, se vio atacado por una fibra amarillenta que surgía del agujero de la lona, rajándole un costado. Mientras Marcelo lo vio consumirse en esos pocos minutos, sin poder hacer nada, rescató a Jorge y se dirigió por el pequeño orificio por donde salían todas las mañanas. Por fin habían logrado finalizar la operación, tenían el objeto de estudio. Al verlo regresar, el resto de empleados tuvieron la certeza de que esta vez había culminado todo eso por lo que habían estado luchando.
A los tres días, falleció de una infección Jorge. Le pusieron mil velorios, a él y a los compañeros muertos. Por fin se alegraron de haber acabado con tanto sufrimiento. Desde entonces, el día dieciséis de abril fue hecho en conmemoración de los que murieron en tan numerosas expediciones que si hicieron en el mundo exterior.
Marcelo casi no pudo soportarlo, Jorge era como el hermano que quiso que nunca supo que tuvo. Tuvieron que darle asistencia psiquiátrica y antidepresivos hasta seis meses antes de morir de insomnio.

Lucas se levantó aquella mañana dándose cuenta de que como algunas mañanas el calcetín no estaba en su pie. Pero esa mañana, sin embargo, en vez de estar desperdigado por la cama, el calcetín no aparecía por ninguna parte. La empleada se pasó media hora de la mañana buscando y no se explicó dónde podría estar el calcetín, y finalmente concluyó que simplemente se había perdido.
Su madre tuvo que recoger de dentro de la sábana una especie de liendres que había en la cama en torno a los pies; los succionó con la aspiradora, y mientras los lanzaba en la bolsa de la basura dijo:
– Joder, Lucas que asco de liendres.
– No te preocupes mamá, siempre suelen tener un Plan B.

 
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Publicado por en 24 noviembre, 2011 en Relatos cortos

 

El lenguaje de los políticos

Estamos en campaña electoral. Toda las fes son fervientes, mas la gente suele caer en el error de creer que todo lo que los políticos dicen es correcto, que no cometen fallos en el habla y que su dicción es perfecta. Esto es, cada palabra que dicen es sino de veracidad. Pues bien, ellos son igual o más humanos que nosotros, discurren en fallos que embellecen con palabras procelosas. Por eso, se dice que no hace falta estudiar una carrera determinada para ser político, basta con tener «maña» al hablar y con saber convencer. Pero una cosa bien distinta son los discursos (en los cuales también hay fallos pero son menos notorios) y los debates o ponencias orales más improvisadas.

Metámonos en el tema en cuestión. Desde hace poco está circulando por la red esa carta que envió Esperanza Aguirre a los «profesionales de la educación», devuelta con todas las faltas corregidas por uno de esos docentes. Es el ejemplo más banal de la disociación del lenguaje, pero aún así no tenemos por qué tomar ejemplos exactos de políticos: son tantos diariamente que cualquier parecido con la verdad es pura coincidencia. Me voy a remitir a los hechos acaecidos durante el debate, ahora que todo el mundo recuerda lo que ambos políticos dijeron pudiendo calificar la mayoría como «paparruchadas».

En primer lugar, deberíamos calificar a los candidatos como lo que son: candidatos. ¿Qué es lo que pasa? Que como están en representación de un partido político se les engrandece la figura. La gente no es capaz de disociarlos del propio ideal del partido. Es ahí donde verdaderamente radica la importancia del lenguaje, en el celebérrimo afán de conseguir un gran número de votos. Pero ellos solo valoran la grandilocuencia, y no la correcta expresión en sí debido a ese fin «sucio» y último que es conseguir la mayoría absoluta.

Por eso cometen errores, que no son sino producto de la gran cantidad de artimañas demagógicas que utilizan. Tuve la suerte de poder presenciar el debate con Francisco Valiente, profesor de Oratoria en la Universidad Pontificia de Comillas, que nos expuso los fallos más garrafales. No eran puramente estéticos, sino que competían también la parte estructural del debate.

Una de las artimañas que utilizan los políticos es la repetición. La repetición es la fijación de una idea, y tal y como funciona el ser humano, no hace falta haber estudiado mucho la psique para saber que, cuanto más oigamos una cosa, más nos va a gustar (con variadas excepciones). O, por lo menos, la vamos a recordar, y ahí los políticos han conseguido algo: han conseguido alterar indirectamente nuestra capacidad de elección. Se ha demostrado que no hay forma más efectiva. Al final de la campaña, la gente tendrá una idea vaga y errónea de los valores de ciertos partidos. Pero esto, a la hora de la votación, es mejor que nada; prefieren que la gente vote por desconocimiento a que no vote por escepticismo.

Otro de los recursos, utilizado en su gran mayoría en exposiciones orales-discursivas (tales como los debates), son las muletillas. No muletillas en cuanto a la simplificación del lenguaje y el cambio hacia un registro más coloquial, sino el empleo de palabras ya interiorizadas con la intención de ganar tiempo. Ganar tiempo para planificar y tener una frase mejor que la del oponente, recordemos que lo importante es descalificar la contrario. El «Sí, sí, sí» de Rajoy, el «Mire usted» de Aznar, el «Por consiguiente» de Felipe González… No son más que instrumentos para reaccionar ante una posible (y loable) ofensa, e intentar escurrir el bulto para sacar adelante el debate.

Por último, el recurso más utilizado en ciertas hablas discursivas es la alusión a otros argumentos (en cierto modo repetición), una especie de reformulación que se utiliza para tener algo desde lo que «desvirtuar» facultades del contrario. Si, por ejemplo, se hablara de la sanidad, el otro candidato, conociendo a priori su programa electoral y sus debilidades en este aspecto, podría darle donde más le duele: aprovechar ese momento para sacar sus puntos flacos a la luz, mediante técnicas de parafraseo o citas. Da una opinión negativa del primer ponente si le sale bien, y aunque es una postura agresiva es muy utilizada.

Es evidente que los políticos de renombre tienen asesores a su alrededor. Hemos hablado de esa serie de técnicas que utilizan y, aunque es evidente que hay más, está claro que su preparación se ha centrado específicamente en desbordar a todo aquel candidato político que se oponga. Incluso dentro del mismo partido, como Obama y Hillary Clinton. Pero, a veces, no se molestan más que en moldear el lenguaje y dotarlo de cierto sentido; no buscan la perfecta expresión como exponente de lo que en realidad fue creada. Pero, a parte de eso, no lo tendrán demasiado en cuenta, preferirán cohesionar un texto de la manera más eficaz, estructurarlo de la manera más eficaz y establecerlo con una claridad que también resulte eficaz. Porque la política tiene esto, la eficacia todo lo ocupa y en ella no suele haber lugar para la Lengua.

 
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Publicado por en 19 noviembre, 2011 en Azote lingüístico, Castellano

 

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Análisis sobre la intención en el lenguaje más allá de las palabras.

La conformación de palabras acaba, de alguna manera u otra, dejando en nuestra cabeza un mapa conceptual de lo que el emisor quiere decir. Pero, ¿qué sucede cuando el vocabulario no es el mismo? Cuando solamente hay palabras desconocidas, ¿somos capaces de averiguar la idea de un texto? Demostremos que sí con una acción. Pretendo analizar el arjé del capítulo 68 de Rayuela, novela tremendamente conocida por cualquier aficionado a la literatura hispanoamericana, redactada por Julio Cortázar, que marcó un hito antes y después de la literatura del «boom» e incluso de la universal. Pero de Cortázar ya hablaremos otro día. Este es el capítulo; como veréis, es un pequeño fragmento más que un capítulo en sí, pero está cargado de tensión

«Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.»*

Dejando a un lado la incomprensión inicial del texto, tenemos que estar de acuerdo en lo que nos quiere trasmitir: evidentemente habla de un encuentro apasionado entre dos personas, y los artículos denotan que son hombre y mujer. Sin embargo, no hace hincapié en esa necesidad gráfica de las novelas, de retransmitir encontronazos romántico-sexuales con todo lujo de detalles. Aquí el autor hace una alusión a la imaginación. Julio Cortázar es bien dado a mezclar los mundos reales y fantásticos para crear un entramado de pluralidad, entramado que nació entre otros movimientos del realismo mágico propuesto por Carlos Fuentes hará ya alrededor de sesenta años en la América Latina. ¿Qué efectos tiene esto en el lector? Lo primero de todo, desconcierta. Desbarata las preconcepciones manumitidas por el lector medio, arrasa con toda ética preconcebida y consigue algo muy importante. Consigue hacer que el lector quiera seguir leyendo. A pesar de ser una algazara de palabras sin sentido aparente, tan solo una simple coherencia sintáctica que pueda darnos una ligera idea de lo que el autor está queriéndonos transmitir. Lo que quiero recalcar en la entrada de hoy es, ¿por qué seguir los valores formales cuando escribimos? ¿Por qué todo TIENE que ser angular y perfecto para que le guste a la mayoría? Creo que puedo coincidir con mis compañeros en que la reinvención de la estética nace con ideas nuevas, es la literatura un gran vehículo para reinventar lo establecido y adaptar nuestra realidad a tal y como realmente lo pensamos. Y, por tanto, a cómo realmente la escribimos.

 
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Publicado por en 12 noviembre, 2011 en Lingüística literaria

 

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