Estamos en campaña electoral. Toda las fes son fervientes, mas la gente suele caer en el error de creer que todo lo que los políticos dicen es correcto, que no cometen fallos en el habla y que su dicción es perfecta. Esto es, cada palabra que dicen es sino de veracidad. Pues bien, ellos son igual o más humanos que nosotros, discurren en fallos que embellecen con palabras procelosas. Por eso, se dice que no hace falta estudiar una carrera determinada para ser político, basta con tener «maña» al hablar y con saber convencer. Pero una cosa bien distinta son los discursos (en los cuales también hay fallos pero son menos notorios) y los debates o ponencias orales más improvisadas.
Metámonos en el tema en cuestión. Desde hace poco está circulando por la red esa carta que envió Esperanza Aguirre a los «profesionales de la educación», devuelta con todas las faltas corregidas por uno de esos docentes. Es el ejemplo más banal de la disociación del lenguaje, pero aún así no tenemos por qué tomar ejemplos exactos de políticos: son tantos diariamente que cualquier parecido con la verdad es pura coincidencia. Me voy a remitir a los hechos acaecidos durante el debate, ahora que todo el mundo recuerda lo que ambos políticos dijeron pudiendo calificar la mayoría como «paparruchadas».
En primer lugar, deberíamos calificar a los candidatos como lo que son: candidatos. ¿Qué es lo que pasa? Que como están en representación de un partido político se les engrandece la figura. La gente no es capaz de disociarlos del propio ideal del partido. Es ahí donde verdaderamente radica la importancia del lenguaje, en el celebérrimo afán de conseguir un gran número de votos. Pero ellos solo valoran la grandilocuencia, y no la correcta expresión en sí debido a ese fin «sucio» y último que es conseguir la mayoría absoluta.
Por eso cometen errores, que no son sino producto de la gran cantidad de artimañas demagógicas que utilizan. Tuve la suerte de poder presenciar el debate con Francisco Valiente, profesor de Oratoria en la Universidad Pontificia de Comillas, que nos expuso los fallos más garrafales. No eran puramente estéticos, sino que competían también la parte estructural del debate.
Una de las artimañas que utilizan los políticos es la repetición. La repetición es la fijación de una idea, y tal y como funciona el ser humano, no hace falta haber estudiado mucho la psique para saber que, cuanto más oigamos una cosa, más nos va a gustar (con variadas excepciones). O, por lo menos, la vamos a recordar, y ahí los políticos han conseguido algo: han conseguido alterar indirectamente nuestra capacidad de elección. Se ha demostrado que no hay forma más efectiva. Al final de la campaña, la gente tendrá una idea vaga y errónea de los valores de ciertos partidos. Pero esto, a la hora de la votación, es mejor que nada; prefieren que la gente vote por desconocimiento a que no vote por escepticismo.
Otro de los recursos, utilizado en su gran mayoría en exposiciones orales-discursivas (tales como los debates), son las muletillas. No muletillas en cuanto a la simplificación del lenguaje y el cambio hacia un registro más coloquial, sino el empleo de palabras ya interiorizadas con la intención de ganar tiempo. Ganar tiempo para planificar y tener una frase mejor que la del oponente, recordemos que lo importante es descalificar la contrario. El «Sí, sí, sí» de Rajoy, el «Mire usted» de Aznar, el «Por consiguiente» de Felipe González… No son más que instrumentos para reaccionar ante una posible (y loable) ofensa, e intentar escurrir el bulto para sacar adelante el debate.
Por último, el recurso más utilizado en ciertas hablas discursivas es la alusión a otros argumentos (en cierto modo repetición), una especie de reformulación que se utiliza para tener algo desde lo que «desvirtuar» facultades del contrario. Si, por ejemplo, se hablara de la sanidad, el otro candidato, conociendo a priori su programa electoral y sus debilidades en este aspecto, podría darle donde más le duele: aprovechar ese momento para sacar sus puntos flacos a la luz, mediante técnicas de parafraseo o citas. Da una opinión negativa del primer ponente si le sale bien, y aunque es una postura agresiva es muy utilizada.
Es evidente que los políticos de renombre tienen asesores a su alrededor. Hemos hablado de esa serie de técnicas que utilizan y, aunque es evidente que hay más, está claro que su preparación se ha centrado específicamente en desbordar a todo aquel candidato político que se oponga. Incluso dentro del mismo partido, como Obama y Hillary Clinton. Pero, a veces, no se molestan más que en moldear el lenguaje y dotarlo de cierto sentido; no buscan la perfecta expresión como exponente de lo que en realidad fue creada. Pero, a parte de eso, no lo tendrán demasiado en cuenta, preferirán cohesionar un texto de la manera más eficaz, estructurarlo de la manera más eficaz y establecerlo con una claridad que también resulte eficaz. Porque la política tiene esto, la eficacia todo lo ocupa y en ella no suele haber lugar para la Lengua.