Buenas noches. Estaba yo escuchando distraídamente la televisión, cuando de pronto he escuchado la frase “narcotraficante de cocaína”. Entonces toda mi atención se ha concentrado en esa frase.
Me he quedado pensativo durante un tiempo, buscando en mi cabeza las razones por las que aquello no me sonaba del todo bien, y no lo he encontrado por ninguna parte… salvo, claro está, en mi diccionario etimológico.
“Narco” (ναρκη) es una raíz griega con un significado equivalente a torpor y a adormecimiento, y con tal significado se hace presente en palabras como “narcolepsia”, patología “caracterizada por accesos irresistibles de sueño profundo”, como de hecho la define nuestra señora Academia.
La palabra narcotraficante, a su vez, es una voz compuesta por los vocablos “narcótico” y “traficante”. Esto se debe a que en origen se refería a aquel individuo que traficaba ilícitamente con narcóticos, tipo de sustancia cuyos efectos radican en el sopor, la relajación y la pérdida de sensibilidad (como el opio, la belladona, o la heroína).
Y, sin embargo, el presentador ha tenido el valor de hablar de un “narcotraficante de cocaína”, cuando los efectos de esta droga son precisamente opuestos a “lo narco”, en cuanto a que se trata de un estimulador del sistema nervioso y no de un estupefaciente que provoque adormecimiento.
Con esta incongruencia tan grande en una expresión tan pequeña, no he podido resistir la tentación de consultar en el diccionario de uso de la Real Academia Española la definición “exacta” del vocablo “narcotraficante”, y el resultado ha sido este:
Narcotraficante: 1. adj. Que trafica con estupefacientes. U. t. c. s.
¿Qué hemos de pensar ante una paradoja tan grande del idioma? Tal vez se haya tomado tal decisión por la misma cuestión de pragmatismo permisivo por el que la RAE se está caracterizando “últimamente”, me permito decir. Es normal que la evolución de las palabras empiece con cambios más o menos sutiles en el significado de determinados conceptos. Es natural que los hispanohablantes hayan comenzado a referirse a los “narcotraficantes” como aquellas personas que hacen negocios ilícitos con todo tipo de estupefaciente, como un sinónimo más de “camello”, sin atender a su origen ni a su significado. Al fin y al cabo, las palabras varían con la sociedad y con el uso que éstas les dé, como características básicas de una lengua que está viva y, por ende, en constante evolución, pero no sé hasta qué punto se puede desvincular a una palabra de su origen de una manera tan radical.
¿Qué piensan ustedes? ¿Quién creen que tiene potestad para tomar estas decisiones? ¿Creen que las generaciones futuras serán capaces de escuchar la palabra “narcotráfico” sin relacionarla con el “tráfico de narcóticos”?